La casta y su corcel negro.

La casta y su corcel negro.

Una de la novelas en español con más impacto visual y de las más importantes del siglo veinte, la que tal vez sea la obra cumbre de  Vicente Blasco Ibáñez, es «Los cuatro jinetes del Apocalipsis«. En ella se retrata magistralmente un alerta único sobre los demonios de la política y fue, como el libro en que se inspira, profética sobre lo que faltaba por cerrarse en el cambio de siglo europeo, allá por 1916. Sin duda el libro de San Juan tiene unos patrones y arquetipos realmente sorprendentes, que nos fueron muy útiles cuando tratamos a «Europa y el apocalipsis griego» y hoy empezaremos con uno de ellos: el tercer jinete.

El jinete en el corcel negro.

¡Y apareció un caballo negro! El jinete tenía una balanza en la mano. Y oí como una voz en medio de los cuatro seres vivientes, que decía: “Una medida de trigo, o tres kilos de cebada, por un denario; pero no afectes al precio del aceite y del vino.»

Ese es el sucinto retrato bíblico del tercer jinete que representa la hambruna. Los estudiosos del texto concluyen que un denario era aproximadamente el salario de un día, que el precio de la ración diaria de trigo alcanzaría diez veces el precio normal y suele aceptarse que, por quienes le preceden, dicha carestía y su consiguiente hambruna son producto de una intervención gubernativa, y todo ocurre, como lo indica, sin una espiral precios-salarios que lo compense, consumiéndose todo el jornal en un solo producto, obligando a pasar hambre para subsistir. El aceite y el vino serían productos de lujo.

Los otros tres personajes son: el primer jinete, el gran falsario, el pseudo-mesías o Anticristo, que va en un caballo blanco; el segundo monta un corcel rojo, simbolizando la guerra y el cuarto, en un corcel «pálido» o verdoso, trae la peste. Toda la tragedia empieza pues con un pseudo-mesías que trae guerra, hambre y epidemias, siendo el último el definitivo.

Pensando en esto uno concluye que en Occidente no debería existir  el mesianismo político, pues para el creyente es, o debería ser, una abominación intolerable, ya que solo hay un Mesías y vendrá al final de los tiempos y, para quien no lo es, simplemente es, o debería ser,  un absurdo político fruto de la irracionalidad. Sin embargo existe y se padece, y solo hay que ver el panorama europeo en su actual crisis secular, fin de un ciclo iniciado con otro falso mesías, el del milenarismo nazi. Luego están los casos de Corea del Norte o del chavismo y su secta política, asesorados por podemonios españoles, y cuya hambruna podría ir incluso a peor; finalmente, en la antigüedad, está Nimrod, a quien emuló nuestro penúltimo iluminado, como vimos en «¿De la casta a la secta?».

La casta en su jamelgo.

Obviamente, nosotros no hemos llegado a esos extremos, pues requeriría una ruptura del euro, como ocurrió con el rublo que, como otros casos recientes de hiperinflación, los hemos visto casi todos (Brasil, Perú, Chile, Turquía, Ucrania, Rusia, Bulgaria, Polonia, Alemania, etc.) Lo que sí hemos tenido – y tenemos – es una buena ración de falsarios, de iluminados y tierras prometidas, y en cuanto a guerra, ahí están nuestros terroristas y los de fuera, con sus justificadores progresistas, y cuyo retrato en el 11M nos lo recordaba Juan Carlos Bermejo recientemente; esa es la casta que nos gobierna.

No ha habido hambruna propiamente dicha, pero sí hemos tenido y tenemos casos de desnutrición infantil, de nuestros mayores, emigración masiva o enormes deudas a las farmacias mientras se gastan dinerales en televisiones públicas para promocionar tierras prometidas y otros inventos. Porque nuestros jinetes son mucho más sibilinos y retorcidos en su explotación a un ciudadano encantado con su servidumbre voluntaria.

¿Y cuál es el instrumento para sangrar al español medio? Han sido varios, pero el que parece agradarles más es extraernos rentas a través de la vivienda, y no me refiero a las supuestas plusvalías, a sus amigos ocupas, al IBI o sucesiones, que también, sino a que esta casta, tras expoliar las cajas y dejar el sector zombi, han ido directamente a por los gastos que implica tener y/o usar una vivienda (línea gris, siguiente gráfica; la línea roja es el IPC) y lo más indignante de esta plaga de termitas es que los más perjudicados son los ancianos pobres, los parados de larga duración o los mileuristas que intentan sacar una familia adelante.

 

 

La casta local.

En ella también intervienen CC.AA. y diputaciones, causantes de la inexplicable inflación de unas partidas que han hecho records, subiendo desde 2008 los costes por alcantarillado un 55% más que el IPC, seguido del suministro de agua un 40% y la recogida de basuras un 33%. Y todo para mantener a un ejército de paniaguados y realizar negocios varios, ya saben; luego dicen que lo compensan con políticas sociales y el viejo timo de la «democracia» participativa, uno de los engaños más antiguos de la partitocracia resucitado por los falsarios del neo-comunismo de amiguetes.

 

La casta nacional.

Seguramente han notado en la gráfica anterior la caída y rebote del coste de uso de la vivienda (línea negra) al tiempo que los otros costes se mantenía estables tras el subidón desde 2008. La razón hay que buscarla en el lío eléctrico con el que se ponen moraos, que se ha disparado desde el 2016 y que incluso ha superado la cota anterior de 2015,  mientras el petróleo en euros está muy por debajo (línea azul oscura, siguiente gráfica); total, al final quienes quedan como los malos de la película son las empresas a las que sablean por distintos medios, empresas con las que no tengo nada que ver, ni quiero.

                Uno, que ha visto saqueos y matonismo desde «lo público» en otros sitios con una partitocracia como la nuestra y, considerando lo que hicieron a las cajas, casi prefiere no pensar mucho en el tema, aunque no pueda olvidar como se llevaron Endesa por oponerse a un negocio político del «renovable» mayor del Reino, vago en su labor pero hiperactivo en su piromanía y que, como nuestros neo-comunistas, se creía experto en energía, en el Islam y en hombres de paz. Como guinda, la última liada de la casta: el impuesto al sol, no sea que nos escapemos de sus garras impositivas.

Hambre en cifras.

En la siguiente gráfica tienen la ponderación de los componentes del IPC según el patrón de gasto, donde destaca la significativa caída del componente destinado a alimentación (línea roja) sobre el total, algo que ocurre de «normal» por mejoras seculares de la renta real disponible o, como en nuestro caso, en parte debida a la crisis pero también, especialmente, por el aumento de otras partidas ineludibles. ¿Culpables? Los aumentos en el coste de la vivienda, transporte, educación, sanidad y, salvo hoteles y restauración – afectadas por el turismo -, todas intervenidas por lo público, que hay que pasar hambre para pagarles el momio.

 

Los lectores saben que hemos denunciado que la deflación reciente no lo era para los más pobres y hoy vemos otra evidencia de ese fenómeno, que hoy podría resumirse en una redistribución de rentas de los pobres a los chupópteros. Pero el expolio no queda ahí, viene otra vuelta de tuerca, pues, gracias a un ilusorio alivio fiscal cíclico y a que, por su grave crisis interna, la UE mira hacia otro lado, en vez de bajar costes a los pobres prefieren aumentar masivamente las plantillas en lo público, un clientelismo del que seguro no se beneficiará la generación perdida, esa a la que le tocará pagar las facturas. Así, mientras los pobres ladran hambrientos, ellos cabalgan contentos y satisfechos en su corcel negro.

© Luis Riestra Delgado, 10/3/2017. Publicado en Voz Pópuli el 15/3/2017.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

A %d blogueros les gusta esto: